La sexta avenida estaba repleta. Mariela observaba desde la ventana de su habitación todo el alboroto. Decenas de personas cargadas con banderas, pancartas e incluso piñatas inundaban la calle. El ruido de las vuvuzelas y las exclamaciones de la multitud resonaban por toda la zona. “¡Consuelo, golpista, vos sos la terrorista!”, coreaba la gente al unísono. Era todo un espectáculo, en especial para una niña de 11 años que solo estaba acostumbrada a ver vendedores ambulantes y perros callejeros por el vecindario. Sorprendida por la situación, Mariela corrió a buscar respuestas con su abuela.

—Momo, ¿qué sucede?
—Manifestaciones, Mari —respondió mientras limpiaba sus anteojos con la manga del suéter.
—No entiendo. ¿Por qué protestan?
—Por la corrupción. Los funcionarios ignoran al pueblo y abusan de su poder —miró hacia la calle—. La gente está cansada.
Los días transcurrieron de la mano de las manifestaciones, las cuales, para asombro de muchos, no se detenían. Al igual que las proclamas contra Consuelo Porras. Mariela pronto comprendió que esta mujer no era muy querida por la gente. Su abuela le explicó que Consuelo era la fiscal general del Ministerio Público, quien intentaba, junto con otros funcionarios, impedir que el presidente electo para el próximo año asumiera su cargo. A pesar de estas aclaraciones, Mariela no terminaba de comprender la gravedad del caso. Sin embargo, Consuelo tampoco le agradaba mucho, pues por su culpa ya no podía salir a jugar.
—¿Cuánto tiempo más seguirán las protestas? —preguntó aburrida Mariela.
—Poco, cariño. Las autoridades no pueden permanecer indiferentes al malestar de todo un pueblo.
Una tarde fría, músicos y artistas provenientes de distintas regiones del país llegaron a la sexta avenida para manifestar. Sin embargo, ellos emplearon el arte como una forma de protesta. El ruido y el desorden fueron sustituidos por música, danza y recitales. Mariela estaba emocionada. Jamás había visto una función tan grande y tan variada. Después de muchos ruegos, logró convencer a su abuela para que la dejara salir a observar.
En la esquina de la calle, se encontraba un hombre pequeño y desgarbado, que atraía a la multitud con su potente voz. Recitaba el famoso poema La niña de Guatemala de José Martí. Mariela lo reconoció en el acto, pues el año anterior lo memorizó para una clase del colegio. Le gustaba mucho. Sin detenerse a pensar, corrió hacia el grupo de espectadores y se abrió paso entre la multitud para ubicarse en primera fila. El espectáculo superó sus expectativas. Pero, de pronto, la invadió una sensación de angustia. No recordaba que el poema fuera tan triste.
El recitador declamó varios poemas más. Hasta que, de golpe, su voz se detuvo y el ambiente del recital se tornó tenso. Un grupo de policías antimotines entró en la zona y rodeó a los manifestantes. Algunas personas buscaron la manera de salir, mientras que otros, por el miedo, fueron incapaces de moverse. Para Mariela el tiempo se detuvo. Buscó desorientada la dirección de su casa, pero una niebla asfixiante cubría todo a su alrededor. Sus ojos irritados derramaban lágrimas. Ella no comprendía por qué le sucedía esto. Dio un par de pasos y de pronto sintió una punzada en el estómago. El dolor la hizo caer al suelo. Intentó pedir ayuda, pero su voz se perdió dentro de la confusión.
A la mañana siguiente, la calle se encontraba desolada. El desconsuelo era especialmente palpable en la casa de Mariela. El periódico del día yacía en la mesa del comedor y en la portada se leía el titular: La niña de Guatemala, la que se murió por injusticia.
—Mi nena era un encanto. No merecía esto. —dijo la abuela de Mariela, mientras se secaba una lágrima.
—¡Ingratos! Arremetieron contra niños y ciudadanos inocentes. La manifestación era pacífica —sentenció el padre de Mariela.
El padre de Mariela comenzó a leer en voz alta la nota de prensa que resumía lo sucedido el día anterior. La entradilla incluía la siguiente información: Mariela García, de 11 años, perdió la vida este martes tras los ataques de la policía a una protesta pacífica que se encontraba en la sexta avenida de la Zona 1. El grupo de manifestantes estaba conformado por artistas y personas de todas las edades, incluidos niños y adultos de la tercera edad, que se unieron a la causa. La protesta exigía la renuncia de funcionarios y el respeto del proceso electoral.
Montserrat López, la abuela de Mariela García, exclamó tras enterarse de lo ocurrido a su nieta: “Dicen que murió por las manifestaciones, yo sé que murió por la represión de un gobierno indiferente”.
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